viernes, 4 de abril de 2008



Claudio Bertoni: “Y así se van tejiendo los días”


[entrevista publicada en Siete+7, año 2004, fecha por verificar. esta es la transcripción en bruto, sin los cortes finales, sin epígrafe, sin bajada, sin destacados]


-No me gustan las lecturas de poesía. No me gusta leer poesía a mí, menos me gusta escuchar a los demás huevones. Me da un gusto enorme escuchar a Mauricio Redolés, por ejemplo: eso es absolutamente natural, con Mauricio funciona. Quizá soy yo mismo, tengo problemas con el teatro, yo cacho, problemas como de vergüenza ajena. Como mi obra es casi absolutamente autobiográfica, de repente me da cosa, me da como pudor: ponte tú que veo a un personaje que no me agrada, yo no le puedo leer ninguna maldita huevada, y no me puedo correr diciendo “sáquenme al señor de la segunda fila y a la señorita que está en la esquina”. Entonces no leo.


-¿Tú dices que en un libro la cosa es diferente?

-Claro, es totalmente distinto. Lo rico del libro, lo que me agrada, es que es un pedazo tuyo: un pedazo de Claudio Bertoni anda funcionando por ahí, pero yo no estoy ahí no tengo que tener mi maldita jeta ahí. Yo estoy tranquilo donde quiero, y está ese asunto, el libro, que llega a algunos seres y está el feedback que es muy agradable. Me ha pasado harto con cabros jóvenes: ha sido sorprendente, tengo varios amigos que me he hecho así, muchachos muy esperanzadores, súper impeque, buena onda, cariñosos, inteligentes.


-¿Y a propósito de la fotografía se te acerca gente también?

-Sí, pero más por los poemas. Me han escrito cosas también. Ese es como un diálogo de verdad, no hay nada forzado, es espontáneo de ellos. Además, la fotografía tiene un estatus aquí invisible o absolutamente ambiguo, nadie cacha nada de nada. Es súper patético. Yo podría hacer una exposición todos los años, pero…


-Hace mucho que no haces una exposición individual… desde el 98, al menos…

-Bueno, ahora en noviembre parece que va a pasar algo, en Alonso de Córdova. Pero el problema es mío: tengo tantas cosas, pero ponerlas, mostrarlas, me cuesta. Porque hay que ir, hay que hablar, hay que conseguirse cosas: yo soy como las huevas pa’ eso.


-Para la cosa práctica…

-Claro. Hace cuatro años me crucé con Milan Ivelic en la Biblioteca Nacional. Y Milan me dice “Claudio, anda, lleva las fotos”… Yo tengo como tres exposiciones hechas en la cabeza, pero no fui nunca. Han pasado cuatro años, y pueden pasar cuatro años más. Con los libros me pasaba lo mismo. El año 98 tuve una huevada en la cabeza –llamémosla crisis de pánico, pero no fue crisis de pánico-, tuve que ir al siquiatra y todo, pensé que me iba a morir: esto para contarte que ahí caché el corpus de todo lo que tenía escrito, y hablado, porque le hablo a casets -son como 600 casets, las conté el otro día-, y cada una es como un libro. Y dije chucha, me voy a morir, me voy a ir a la chucha, y eso lo puedo manejar yo no más. Entonces ahora por lo menos quiero hacer un libro al año. Con las fotos es más complicado. Pero me gustaría mantener ese ritmo.


-Empezaste a publicar con El cansador intrabajable

-El cansador intrabajable fue el primer libro que hicimos con la Cecilia Vicuña –éramos pololos en ese tiempo- en Devon, el año 73. Ahora me acaba de llegar un libro precioso [Artists Books-Libros de artista, Editorial Turner, dos volúmenes], de una mexicana que no veía desde esa época y ahí sale en la página 111 El cansador intrabajable: ni yo lo tengo porque toda la edición está en Checoslovaquia. Fue un huevón de Praga y se compró toda la edición y se la llevó a Praga, otros fueron a México y la Soledad Bianchi creo que tiene uno. Una edición hecha a mano, 250 ejemplares. Lo hicimos en la Beau Geste Press en Devon, un lugar increíble donde lo único que hay son colinas y vacas, y casas del tiempo Shakespeare. Y después, el año 86, hice acá El cansador intrabajable II, en las Ediciones del Ornitorrinco.


-Luego vino Sentado en la cuneta

-Después el Ni yo, que no sé cuándo fue, Una carta que fue antes, creo, De vez en cuando, con LOM, y bueno, Jóvenes buenasmozas y este: son ocho o nueve libros los que he hecho.


-¿Y cómo es esta combinación entre publicar, o escribir, hablarle a los casets, la fotografía, los objetos que recoges en la playa?

-Bueno, es súper simple porque es absolutamente natural. Hace tiempo que no recojo huevadas, porque fue parte de lo que me enfermó de la cabeza. Pero estaba en Concón, por ejemplo -mi casa en Concón me la hice el año 80 y me costó 50 lucas, es una mediagua, una cabaña-, estaba ahí, salía y me ponía a recoger cosas: recogía zapatos, palitos. Y también ando con la máquina fotográfica, entonces huevada que veo –porque mi ojo funciona-, es una foto. Y llego a la casa y cuento todo mi viaje, cuento lo que soñé: anoche soñé con mi mamá, por ejemplo, me la encontré como estás tú ahí, y está muerta; estaba muerta pero estaba viva y fue maravilloso. Esas cosas las cuento, las escribo. Y así se van tejiendo los días. Ando con la máquina, escribo, y ahora han pasado treinta o cuarenta años que estoy haciendo lo mismo, y cacho y si tú quisieras hablar de lo que hago ahí hay coincidencias: el lugar que el amor, la mujer y ahora último la enfermedad tienen en mi escritura es súper claro, y en las fotos también hay un enorme espacio para las mujeres. Pero todo ha sido una cuestión de necesidad. De hecho yo escribo para aliviarme: nunca he tenido el problema de Mallarmé, el miedo a la página en blanco, porque siempre que yo voy a la maldita página culiá voy porque tengo algo que poner ahí. Si no…


-Si no, para qué…

-Exacto. Si yo estuviera tranquilo no habría escrito ni una sílaba. Nadie está tranquilo: estar vivo es estar intranquilo. Como le dije hace tiempo a una sobrina, mis poemas son parches curita. Y es verdad. O sea, me pasa una huevada terrible, por ejemplo la típica, una mina en el metro: pasa y se fue, a lo mejor era la mina de tu vida y no la tuviste ni cinco minutos delante tuyo: ¡puta, lo cuento! No es lo mismo que tenerla a ella, pero es un alivio. La foto es igual. Sobre todo porque yo lo que más hago es tomar fotos de minas en la calle y las tomo desde la cintura, porque no me atrevo a llevarme la cámara a los ojos… ¡El arte! ¡Yo quiero que la huevona quede adentro del rectángulo, con eso me basta y me sobra! Y realmente es increíble, algunos seres que he visto, hermosísimos, impresionantes –la mayoría han sido mujeres- y que he logrado tener y todavía las tengo: me da un gusto enorme tenerlas ahí y saber que se acabaron, la huevona se fue para siempre, la haya visto en Quilpué o la haya visto en Francia, que es como peor. Eso es fuerte: tenerlas ahí.


-Capturarlas…

-Todavía lo absolutamente loco de la fotografía es el milagro ese, la foto de billetera de tu mamá y de tu polola. Y esto de sacar a una mina que es un sueño –y yo nací una sola vez, no nací en el tiempo de Julio César ni en el futuro: es ahora, con ella-, y nunca más: es el abismo, diez millones de años luz pa’delante y pa’ atrás. Además eso es lo rico de tomar las fotos desde la cintura, porque aunque yo tuviera el ojo más genial y equilibrado y gracioso, siempre es mi ojo. Es como Einstein: es un genio, pero no puede ser más inteligente que él mismo. Cuando yo tomo la foto desde acá –apunta a la cadera-, son super frescas porque no es mi ojo. Salen montones de fotos que pierdo, entre comillas, pero de repente salen huevadas que yo jamás podría haber tomado. Te juro que es como una ventana de aire fresco. Y sobre todo tener ese montón de pestañas, esa nariz, esos hoyos, esas tetas, esas guatas, esas piernas, esos pantalones con esos zapatos: para mí todavía es un milagro. Como es un milagro también el sonido, el CD, o antes el disco: yo pensaba que la púa empujaba el sonido por los surcos y salía por el hoyito negro. Lo que sé es eso, no sé nada, y no lo tomo for granted, como dicen los gringos, por dado. Es un sentimiento deseable, es como abrir la llave en la mañana y no te das ni cuenta y te lavas los dientes, y en África hay negras que caminan 15 kilómetros con una huevada en la cabeza para volver con agua infectada para los cabros chicos. Esto es distinto, pero parecido: el milagro de la foto.


-Eso de algún modo tiene que ver con tus lecturas místicas: hay una conexión ahí, el milagro de que salga agua por la llave, el milagro de la fotografía… ¿La mística fue antes o después?

-A mí me gustaban mucho unas revistas que se llamaban Vidas ejemplares, que son vidas de santos. ¿Por qué me gustaban? Me gustaban más que el Flash Gordon… Yo tenía un profesor de religión en el colegio, un cura que además era el profesor de matemáticas, yo lo detestaba. Sin embargo, me acuerdo de haber salido metido de clases de religión, porque el huevón no podía soslayar absolutamente algo que no sé qué es, aunque sé un poco más ahora: obviamente algo me atraía ahí. Es algo no elegido. En el arte creo que pasa harto eso: en la medida en que algo es legítimo, tú no eliges las huevadas, ellas te eligen a ti. Eso es súper claro. No es que salgo del liceo, tengo una inteligencia tal, una sensibilidad, el ojo más o menos equilibrado y qué hago, ¿escribo, hago monos, hago fotografía, pintura? Yo nunca me propuse hacer ninguna de esas cuestiones. Tuve la necesidad. Me acuerdo que la primera polola que tenía, un día la vi en pelota y me dije ¿cómo guardo esta huevada? ¡Foto! Así empecé a hacer fotos, pa’ guardar esa cuestión. La necesidad que tengo con la literatura es lo mismo. Me acuerdo clarísimo que a los 16 años, estaba en el colegio, fui a unas conferencias que daba Braulio Arenas sobre el surrealismo: el surrealismo pa’ mí fue importantísimo, sobre todo porque ellos ponían el énfasis en lo que dijo Rimbaud, vivir de otra manera, cambiar de vida; se trata de vivir de una manera poética, y está lo que decía Lautréamont, la poesía debe ser hecha por todos: la poesía es una praxis, no se trata de escribir poemas, ponerlos en un libro y vivir como un concha de su madre, o pasarse las horas como un imbécil todo el día. Y me acuerdo haber ido a este curso de Braulio Arenas y haber salido de allí en la tarde, unos atardeceres con una luz amarilla que es como aceite, super acostada, y haber sentido literalmente que te rebalsas del sentimiento de lo que te está pasando. ¿Y qué haces con eso? ¡Escribir! Yo podría no haber hecho ninguna maldita huevada, o haber gritado, qué sé yo, pero escribo. O la música, que es un asunto que yo lo suspendí y es la gran frustración de mi vida: por huevón que me pase. También por cueva nací en un lugar donde había libros, donde pude comer, donde me educaron, y no en una población donde me daban unos patos de vino blanco, empezaba con la pasta base a los 11 años, mi mamá era puta y mi viejo imbécil. Porque ahí otro gallo hubiera cantado, y eso es lo más horroroso de esas situaciones: si Einstein hubiera nacido ahí, o Hölderlin, o el mismo Mozart, se hubieran ido a la chucha.


-Además te tocó una época muy vital, ¿no? Los ’60, los ’70…

-Claro. Yo hablo con mis sobrinos, con los cabros chicos de ahora, y es tan distinto. Los mismos viajes que yo hice: entré a Francia casi con mi carné de identidad. En Inglaterra con un amigo nos metieron presos porque no teníamos plata, pasamos la noche en la cárcel. Te estoy hablando del año ’68: eso fue pa la risa, estábamos en Nanterre, nos vinimos y al mes siguiente empezó la cagada. ¡Estaban esperando que nos viniéramos, los culiaos! Mayo del 68 fue super importante pa’ nosotros, porque había esperanza: tú no te lo planteabas, pero era eso…


-Había también una manera de plantarse en el mundo que permitía que tú llegaras y le escribieras una carta a Cortázar o a Henry Miller… y te contestaban.

-No sé si esas cosas pasarán ahora, pero imagínate: le escribes una carta al viejo Henry Miller y te contesta, dos semanas después te llega una carta. Y después, pa’ más recachas vamos a Estados Unidos, pasamos por casualidad y lo vamos a ver a la casa y jugamos pinmpón con él. Era un diálogo, era buscar y encontrar. Y además había un feeling muy rico: había grupos como los Nadaístas en Colombia, El Techo de la Ballena, el Corno Emplumado en México, donde publicamos los primeros poemas yo, la Cecilia y la gente de la Tribu No. Y hablábamos de los mismos escritores, de los mismos músicos: era muy rico. Yo no sé si será así ahora, me parece que no.


-Es que también no hay un Cortázar a quien escribirle, ¿no?

-Claro, eso es distinto. Cuando Cortázar vino a Chile, puta, tuvimos una fiesta y el huevón fumó yerba, bailó blues… ¡el huevón buena onda! Yo fuera él, ahora lo pienso, ¡habría arrancado de unos cabros culiaos como nosotros, que lo llamamos al hotel, eufóricos!


-Y era un hombre mayor ya, cerca de los 60 años…

-¡Sí po! Esa es una de las muertes más desagradables de las que yo he sido testigo, una de las grandes pérdidas es la de Cortázar. Rayuela para nosotros era una especie de Biblia, pero ¡un huevón así! ¡Impecable! Lo fuimos a buscar al hotel y lo primero que le dije fue “puta huevón que eres grande”. Trajo una botella de vino, muerto de risa… Claro, todo eso era alimento. Con Miller lo mismo, o Ernesto Cardenal, y otros poetas que no se conocen mucho, colombianos que a mí me encantaban, unas joyas.


-¿Cómo ves a tus compañeros de generación, a la gente de la Tribu No? ¿Te sientes un poco nadando contra la corriente todavía?

-Jamás me he sentido nadando contra la corriente. Depende de dónde se lo mire. Yo he hecho lo que he querido. Ahora, si tú mirai desde afuera, claro, yo no hago lanzamientos de libros, he estado una vez en mi vida en la SECH, no hago ese tipo de vida, son cosas que simplemente no me interesan. Pero no entro ni salgo, habrá otros a los que le interese y todo bien. No siento ninguna falta de nada. Al principio sí, en la Tribu No éramos seis personas, tres matrimonios, estábamos unidísimos. Los únicos que quedamos en eso fuimos la Cecilia y yo, los otros llevaron otra vida de la que no vamos a hablar ahora, está perfecto que cada uno haga lo que quiera. En mi generación hay poetas excelentes, algunos de los que soy amigo, otros a los que no veo nunca, porque mi vida es súper simple: me levanto en la mañana, por equis motivo tengo plata para comer, funciono, tengo libros para leer, puedo escribir y listo. Y no quiero nada más. De hecho me han invitado a varias partes, a Nueva York, a Argentina, y no voy porque me da miedo andar en avión.


-¿Miedo?

-La primera vez que anduve en avión tenía 17 años, me saqué una beca y viví un año en Estados Unidos. Fue super importante pa’ mí, estuve en Denver, la ciudad de los beatniks, y me fui en un avión de cuatro motores que se llamaba el Interamericano, con hélice, de los que salen poco menos que en Casablanca, pa’ que te vayai ubicando. Iba muerto de risa. Después el año 69 tomé un avión entre Madrid y las Islas Canarias y te juro que la huevá parecía una gaviota, se cayeron todos los bultos, quedó la cagá. Y dije nunca más: Claudio Bertoni, todos los demás pueden ser unos morones, pero tú con tu aureola dorada, ¿cómo puedes subirte a este cilindro de metal en el cielo? ¡Si Dios hubiera querido que volaras te habría dado alas, culiao! Por favor ubícate…


-¿Y nunca más te subiste a un avión?

-Sí, me tuve que subir. El año 84 relegaron a un cuñado super al sur, Cochrane. Llegué a la casa de mi hermana riéndome: “Te vai a tener que ir a Cochrane”. Me miró y me dijo: “Vamos”. Vierai el avión que tomé ahí: seis pasajeros, con mi sobrino en brazos. El 90 por ciento de los pilotos dicen que en esos cielos no vuelan porque son huevones racionales, no quieren perder la vida, ¡el peor cielo del mundo! Pero no quiero volar más: es una hora, creo, a Buenos Aires, pero una hora cagado de susto… No nomás. Prefiero quedarme aquí, tengo una amiga en Quilpué y he descubierto Quilpué. Es el paraíso, lleno de señoras, caballeros viejitos, una plaza que es un tierral, dos columpios y tres perros. Tienen unas liebres, las Alfa 7, que son del año de la pichula y en tres años más se van a haber desarmado, pero los huevones no se dan cuenta. Y yo siento eso, pa’ mí es delicioso… las liceanas que se suben, los viejos, el chofer que te saluda cuando te bajai. Es insólito: a mí eso me agrada, y no sólo me agrada, prefiero mil veces vivir ahí que vivir en Nueva York o en cualquier otro lugar. Mil veces. Y lo tengo al lado, me levanto en la mañana, estoy en diez minutos en Viña, tomo el tren que es como andar en una nube, y te bajai ahí, y nadie sabe. Yo los miro, sé que es un regalo, sé que todo eso va a morir, sé que yo me voy a morir, y todo eso está ahí…